viernes, agosto 21, 2020

La paloma gaucha



23 de noviembre de 1941


Está a punto de llegar la medianoche y sigo en la redacción, sentado frente a mi máquina de escribir, sin poder hilar las palabras para contar lo que hace pocas horas viví. De a poco, la oficina va quedándose en penumbras. Apenas unos pocos compañeros se escuchan a lo lejos.

- ¡Ricardo! - me llama el fotógrafo. - Con los muchachos vamos a tomar una cerveza. ¿Venís?

Le doy las gracias, pero me niego. Me mira con preocupación, sabe que esta tarde estuve en el Aeródromo de Morón. Fui a cubrir la visita del grupo de aviadoras uruguayas, con la idea de hacer algunas entrevistas y publicarlas en la próxima edición de la revista. Pero, en cambio, me encontré siendo testigo del último vuelo de nuestra Carola.

Le aseguro que estoy bien y, aunque no lo convenzo, se va con los demás.

Necesito escribir sobre ella, esa gran mujer que llegué a admirar, esta misma noche. De todos modos, es imposible dormir.

Recuerdos desordenados me pasan por la mente, su sonrisa franca y confiada, la sencillez con la que contaba sus hazañas, la admiración del público… Pero mejor comienzo por el principio.

Conocí a Carola (Carolina Elena Lorenzini era su nombre completo) hace poco más de un año cuando El Gráfico, la revista para la que trabajo, me encargó entrevistarla. No era la primera vez que iba a ser portada, ya en ese entonces era famosa. Y no era para menos, fue una pionera que recibió su carnet de aviadora civil en 1933 y más tarde, el de instructora de vuelo, convirtiéndose en la primera mujer de todo América del Sur a la que se le otorgó ese título.

Por supuesto que no había sido fácil lograrlo. En el camino, había tenido que luchar contra todos los prejuicios que les imponían a las mujeres trabajos y aficiones más “femeninas”. Tampoco su situación familiar había sido propicia. Hija de un matrimonio humilde, era la séptima de ocho hermanos y desde muy joven colaboró con la economía de su hogar. Esta niña, que apenas pudo cursar hasta cuarto grado de la escuela primaria, ya entonces demostraba talento para los deportes y soñaba con volar como los pájaros. Un sueño al que se aferraría con tenacidad durante el resto de su vida.

Llegando al fin de su adolescencia, Carola se esforzaba sin descanso. Durante el día trabajaba y a la noche, asistía a una academia a aprender taquigrafía y mecanografía, con la esperanza de conseguir un mejor futuro laboral. Este no se hizo esperar y llegó de la mano de una de sus profesoras quien, impresionada por su dedicación, la recomendó para ingresar a la Unión Telefónica.

Fue en 1930 cuando su sueño comenzó a cumplirse: tuvo su vuelo de bautismo en el Aeródromo de Morón de la mano del piloto Victorino Pauna. El destino de Carola quedó sellado en ese instante. 

La propia Carola me había contado en nuestra entrevista las dificultades a las que tuvo que enfrentarse a partir de ahí. Se levantaba de madrugada para tomar el tren que la dejaría a las cinco en el Aeródromo de Morón. Allí recibía su lección diaria y después, se encaminaba a su trabajo. Para poder cubrir los gastos de las clases, había vendido sin dudar varias de sus pertenencias.

El sacrificio dio sus frutos: en poco tiempo obtuvo el carnet. “Soy la esposa del aire”, le dijo emocionada al diario Ahora. Su entusiasmo no disminuyó, siguió practicando y acumulando horas de vuelo. Tanta dedicación era admirable para la mayoría, no así para sus jefes de la Unión Telefónica, que le reclamaban sus tardanzas.

Sus logros la llevaron a aparecer en diarios y revistas y a ganarse el cariño de la gente. En 1935, logró el récord sudamericano femenino de altura, llegando a 5.800 metros, por lo cual el Aero Club Argentino la premió con una medalla. A finales del mismo año, cumplió una nueva meta: fue la primera mujer en cruzar sola el Río de la Plata.

Pero no todo era color de rosa. Sus superiores de la empresa telefónica la ultimaron a elegir entre el trabajo y la aviación. Era impensable dejar atrás su sueño, así que tuvo que aceptar el despido. Entre algunos problemas económicos y algunos accidentes, como aquella caída que la había dejado sola y a pie en los bañados de Corrientes, Carola logró salir adelante. Consiguió unir volando todas las provincias argentinas, visitó países limítrofes, se destacó por sus acrobacias y recibió homenajes.

Intento entender qué pudo ocurrir esta mañana, para que ese looping invertido por el que era famosa, hoy saliera mal. Poco después del mediodía llegué al Aeródromo, con la intención de despedir a la delegación de aviadoras uruguayas. Allí encontré a Carola, preparándose para realizar algunas acrobacias como homenaje a sus colegas. La saludé brevemente, estaba algo alterada porque le había costado conseguir el permiso del Aero Club para despegar. A mí no me era desconocida la noticia de la suspensión que había recibido y que la había tenido inactiva por cuatro meses. Injusticias de un mundo demasiado estrecho de miras. Al fin le habían asignado un Focke Wulf Fw44, que no era el modelo que ella acostumbraba pilotear.

Cerca de las cuatro de la tarde, despegó y, después de unas maniobras, emprendió un looping invertido. Desde mi ubicación entre el público, la aplaudimos con fervor. Pero la acrobacia nunca llegó a su final. El avión no pudo volver a su posición normal y cayó invertido. Entre gritos y llantos, corrimos al lugar del choque. Los pedazos del Focke estaban dispersos por todas partes. El cuerpo sin vida de Carola fue rescatado y envuelto en el paracaídas por unas enfermeras.

Me siento desconsolado y no puedo evitar las lágrimas, mientras pienso cómo darle la despedida a esta gran mujer. Al fin, pongo una hoja en mi máquina y tipeo: “La paloma gaucha plegó sus alas para siempre”.



Nota: El narrador está inspirado en Ricardo Lorenzo Rodríguez (Borocotó), periodista de El Gráfico. Los datos indican que había entrevistado a Carola en 1940 y que fue el autor del artículo que describe el accidente que puso fin a su vida, publicado el 28 de noviembre de 1941. Su presencia en el Aeródromo de Morón durante el suceso es ficticia.